Horrible disputa por dinero: Adiós a los Templarios

El 13/10/1307, 2.000 templarios, incluyendo a Jacques de Molay, fueron llevados a prisión, por orden del rey Felipe IV, acusándolos de blasfemos y de ofender la Santa Cruz. En verdad, una historia de dinero y poder, nada que ver con Jesús ni el amor cristiano.

En un principio fueron 2 veteranos de la 1ra. Cruzada, Hugues de Payens y Godofredo de Saint-Omer, quienes decidieron crear una orden monástica para la protección de los peregrinos y se comprometieron a defenderlos «contra los ladrones y malhechores y a proteger los caminos y a servir de caballería al rey soberano».

Ante el patriarca de Jerusalén, Gordond de Piquigny, ellos y otros 7 nobles efectuaron los 3 votos («pobreza, castidad y obediencia«) y como ocuparon lo que había sido el templo de Salomón, fueron llamados «los caballeros del Temple».

Se afirma que los otros caballeros eran Godofredo de Saint-Omer, Payen de Montdidier, Archambaudo de Saint Agnan, Andrés de Montbard, Godofredo Bison, y otros 2 de los que sólo se conoce su nombre, Rolando y Gondamero. Se desconoce el nombre del 9no. caballero, aunque pudo ser Hugo, Conde de Champagne.

El nombre era Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, en la Jerusalén del año 1118, en días de Balduino de Bourg, 2do. conde de Edesa y 2do. rey de Jerusalén con el nombre de Balduino II.

La Orden fue aprobada por la Iglesia Católica Apostólica Romana en 1129, y se convirtió en una obra de caridad que creció rápidamente. Sus caballeros integraban las unidades de combate más cualificados en las Cruzadas aunque no todos sus integrantes eran combatientes sino que había quienes se ocupaban de la infraestructura económica, construyendo muchas fortificaciones en Europa y Tierra Santa y creando técnicas financieras que fueron una forma temprana de banca.

La banca

Un templario no podía poseer más de 4 denarios y cualquier cifra de dinero que superara esta cantidad (exigua para la época) se consideraba hurto.

Esta disciplina férrea acarreó una reputación de honestidad y atrajo la confianza de las grandes fortunas y de los reyes. Los Templarios no sólo guardaban el dinero sino que conseguían aumentar el depósito gracias a inversiones que concretaban.

Era bastante habitual que un guerrero que partiera a Tierra Santa depositara en la encomienda templaria más cercana el dinero que pensaba que iba a necesitar para su hazaña, ahorrándose tener que ir cargando con el oro por media Europa.

A cambio del depósito, los templarios le daban una especie de “letra de cambio” con un a codificación especial que podían mostrar en otras casas de la Orden para que le fueran dando su dinero a lo largo de la ruta o al final de la misma. Cuando el cambiarius o cambista veía el documento, le daba el dinero y así se evitaba el robo, pérdida por naufragio o pelea.

Las casas templarias funcionaban como bancos que ofrecían cuentas corrientes a sus clientes, repartidos por todo el continente. Los reyes aprovecharon este servicio para hacer transferencias de dinero entre Francia e Inglaterra, pero también hacia Tierra Santa para ayudar a las tropas.

Los Templarios también hacían préstamos personales prendarios, a comerciantes y reyes para pagar grandes gastos tales como un rescate o una dote (cosa que sucedió con la dote de Berenguela, hija de Alfonso X, que debía aportar 30.000 marcos de plata si quería casarse con el rey de Francia).

Los templarios eran unos cobradores terribles y si no se devolvía el préstamo a tiempo se imponían multas o ejecutaban la prenda. Una de las personas que se demoró en el pago fue el rey Felipe IV de Francia, y fue el inicio del conflicto.

Además de dinero, los templarios guardaban en sus arcas tesoros para la seguridad de sus clientes. Juan Sin Tierra depositó entre 1204 y 1205 las joyas de la corona inglesa.

Otro rey inglés, Enrique III, envió las joyas de la corona a la reina Margarita para que las guardara en el Temple de París y así mantenerlas a salvo de una revuelta de barones que se estaba fraguando en Londres.

Los templarios también podían ser depositarios de importantes documentos, como tratados, herencias o títulos de propiedad, con la seguridad de que no caerían en las manos erróneas.

El Gran Secreto

Mientras que en sus inicios la órden se basó en donaciones para sobrevivir, rápidamente sus riquezas aumentaron, en parte gracias a un poderoso defensor, sobrino de André de Montbard, quién logró que en 1139 el papa Inocencio II decidiera dejar a la Orden exenta de la obediencia a las leyes locales, y habilitándoles el tránsito libre a través de todas las fronteras, la exención de impuestos, y la sumisión a toda autoridad que no fuese el Papa.

André de Montbard, 1 de los 9 fundadores, fue el 5to. Gran Maestre de la Orden del Temple, entre 1154 y el 17/10/1156.

Su sobrino fue Bernard de Fontaine, conocido como San Bernardo de Claraval, un monje de la Orden del Císter y abad de la abadía de Claraval, que participó en los principales conflictos doctrinales de su época y se implicó en los asuntos decisivos de la Iglesia Católica, activo impulsor de la 2da. Cruzada. Se le conocía como ‘Doctor Melifluo’ (boca de miel), por su suavidad y dulzura.

En el año 1099, los cruzados recuperaron Jerusalén y los lugares santos de Palestina. Los peregrinos eran atacados y robados en los caminos. En 1127, Hugo de Payens solicitó al papa Honorio II el reconocimiento de su organización.

Recibieron el apoyo del abad Bernardo. La organización celebró un concilio en Troyes y le solicitó a Bernardo que redactase las reglas, que fueron sometidas a debate y aprobadas con algunas modificaciones.​ La regla del Temple fue pues una regla cisterciense, típica de las sociedades medievales, con estructuras jerarquizadas, poderes totalitarios, regulando la elección de los que mandan y la estructura de las asambleas para asistirlos y controlarlos.

Bernardo escribió en 1130, el Elogio de la Nueva Milicia Templaria.

El gran secreto del poder de Bernardo, y de los Templarios, es el siguiente: fallecido el papa Honorio II, la mayoría de los cardenales apoyaron al cardenal Pietro Pierleoni eligieron como sucesor a quien seríaAnacleto II; y una minoría de cardenales se decantaron por Gregorio Papareschi (Inocencio II).

La aparición de 2 papas provocó un cisma y enfrentó a media cristiandad. Bernardo apoyó a Inocencio II, y recorrió Europa desde 1130 a 1137, promoviendo la autoridad de su Papa. Bernardo fue decisivo en ​el concilio de Estampes, convocado por rey francés Luis VI, y consiguió los apoyos de Enrique I de Inglaterra, el emperador alemán Lotario II, Guillermo X de Aquitania, los reyes de Aragón, de Castilla, Alfonso VII, y las repúblicas de Génova y Pisa. Finalmente, Anaclet o fue rechazado como Papa y fue excomulgado.

Más adelante, Bernardo fue maestro y consejero de Bernardo Paganelli di Montemagno, abad del monasterio cisterciense de Tre Fontanedesde, y en 1145 elegido papa Eugenio III, organizador de la 2da. Cruzada, predicada por Bernardo de Claraval quien logró el apoyo del rey francés Luis VII y del emperador germano Conrado III.

Eugenio III, en el inicio de la 2da. Cruzada, asistió al capítulo de la Orden del Temple, en París; y le concedió a los templarios el derecho a llevar permanentemente la Cruz patada roja, sobre su hombro izquierdo, entre otros beneficios.

En definitiva, las donaciones recibidas y administradas por la Orden, el estar exentas de impuestos, y la adquisición de grandes extensiones de tierra, tanto en Europa y Oriente Medio, mezclado con las hábiles prácticas financieras de sus miembros, les permitió crecer enormemente. La Orden tenía sus propios castillos, campos y su propia flota de barcos.

Felipe IV

En la mitad del siglo XII, con el mundo musulmán mucho más unido y los católicos apostólicos romanos con diferencias entre los Templarios, los Caballeros Hospitalarios y los Caballeros Teutónicos, Jerusalén fue capturada por las fuerzas del musulmán Saladino, en 1187.

Francia, base de los Templarios, tenía como monarca a Felipe IV, llamado ‘el Hermoso‘, 2do. hijo del rey Felipe III el Atrevido y de su primera esposa Isabel de Aragón. Él llegó al trono porque su hermano mayor, Luis, fue envenenado: tiempos difíciles para la dinastía de los Capetos (los descendientes de Hugo Capeto, duque de París, rey de Francia, y de cuyo linaje descienden los actuales Felipe VI de España y el gran duque de Luxemburgo, ambos a través de la rama borbónica).

De personalidad muy severa, tanto sus enemigos como sus admiradores lo apodaban «el Rey de Mármol» o «el Rey de Hierro». El obispo de Pamiers, Bernard Saisset, dijo de él: «No es un hombre ni una bestia. Es una estatua».

Francia ya le debía dinero a los Templarios, y Felipe IV tuvo que pedirles más dinero para financiar la participación de Francia en otra Cruzada. Además, le molestaba que, mientras los Caballeros Hospitalarios (u Hospitalarios), o Caballeros de San Juan, La Religión y Giovannitio Gerosolimitan, o Soberana Orden militar y hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta, u Orden de Malta, aceptaran rendirle pleitesía, los Templarios no lo hacían, insistiendo en que ellos sólo dependían del Papa.

Felipe IV tenía su ambición y su proyecto: transformar un Estado feudal en una monarquía absolutista. Cobrar un impuesto nacional sobre todo el reino francés era parte de esa construcción. Había que acabar con los exentos.

Todos los que tenían poder y riquezas eran posibles adversarios, y abundaron los conflictos entre los señores eclesiásticos y los oficiales reales, que comenzaron a resolverse a favor de la jurisdicción real.

El nuevo pontífice Bonifacio VIII, elegido el día de Nochebuena de 1294, se propuso hacer valer su ‘plenitudo potestatis’ sobre los reyes y en 1296 promulgó la bula ‘Clericis Laicos’ en la que prohibía a los soberanos cualquier exacción fiscal sobre el clero sin autorización pontificia, bajo pena de excomunión.

Pero Bonifacio VIII abundaba en otros conflictos en España, y resolvió los problemas iniciales con Felipe IV con las bulas ‘Romana mater’ (febrero de 1297) y ‘Etsi de statu’ (julio de 1297), favorables al monarca, renunciando a las pretensiones emitidas en la epístola decretal ‘Clericis laicos’, en defensa de los bienes eclesiásticos contra la arbitrariedad de los reyes.

Los Templarios, acreedores de Felipe IV, estaban en problemas pero no los vieron venir.

¿Por qué se dejaron apresar los miembros de la más formidable fuerza militar del mundo occidental?

Una de las razones fue la avanzada edad de la mayoría de los Templarios que vivían en Francia. Después de servir un tiempo en Oriente, muchos habían regresado a Europa para ocupar puestos en la administración. Las caballeros más jóvenes habían sido enviados a Chipre, y en 1307, más del 70% de la fuerza templ aria había sido reclutada en los últimos 7 años. En Chipre se preparaban para la acción militar: habían peleado con los sarracenos por Tortosa y esperaban una invasión de la isla por parte de los mamelucos.

Pero ¿cómo imaginar que su verdadero problema estaba en Francia, su tierra de origen?

Golpe al Papa

Antes, ocurrió la detención del obispo de Pamiers, Bernard Saisset, acusado de traición. Bonifacio VIII dijo que la detención era una violación de los privilegios eclesiásticos, ya que únicamente el Papa podía juzgar a un obispo.

Felipe IV pretendía arrancar a Bonifacio VIII el reconocimiento de la jurisdicción suprema del rey so bre todos sus súbditos, incluidos los miembros de la alta jerarquía eclesiástica, valor clave para la construcción del Absolutismo.

Felipe IV y Bonifacio VIII batallaron sin cesar. El Papa convocó a los obispos franceses a Roma para juzgar al monarca, y éste respondió acusando de herejía al Papa, en el evento conocido como el nacimiento de los Estados Generales de Francia, y convocó a un concilio general para juzgarlo.

Fue clave para el rey la actuación de Guillaume de Nogaret, jurista y consejero real, quien fundamentó que Felipe IV era un «ángel de Dios» enviado para actuar en su nombre, concepción que volvió a imponer, amplificada, en el proceso contra los Templarios, cuando Felipe IV fue definido como «ministro de Dios» y«campeón de la fe».

Bonifacio VIII mediante la bula ‘Unam Sanctam’ declaró la supremacía del poder espiritual sobre el poder temporal y, por esta vía, la superioridad del Papa sobre los reyes.

Bonifacio VIII intentó instaurar una teocracia occidental, enfrentada al absolutismo que pretendía Felipe IV.

El rey envió a su consejero y futuro Guardasellos, Guillermo de Nogaret, con una pequeña escolta armada a Italia, para arrestar al Papa. Nogaret se reunió con un enemigo personal de Bonifacio VIII, Sciarra Colonna, miembro de la nobleza romana, quien le señaló que el Papa se refugiaba en Anagni.

Nogaret y Colonna llegaron a Anagni y encontraron al Papa solo en la gran sala del palacio episcopal, abandonado por sus partidarios. El anciano de 68 años estaba sentado sobre un escaño alto, vestido como de ceremonia y no reaccionó a la irrupción de la tropa armada.

Al aproximarse a Guillermo de Nogaret y a Sciarra Colonna, inclinó levemente la cabeza y declaró:«He aquí mi cabeza, he aquà ­ mi tiara: moriré, es cierto, pero moriré siendo Papa.»

Sciarra Colonna avanzó y le dio un cachetazo con su manopla de hierro. Con la violencia del golpe, el anciano cayó estrepitosamente de su trono. La población de la ciudad, avergonzada de haber abandonado al Papa, se dirigió al palacio y detuvo a los franceses.

Pero Bonifacio VIII ya estaba muy mal y murió 1 mes más tarde sin reconocer a sus parientes y rehusando la extremaunción. Había ocurrido el «atentado de Anagni», año 1302.

Felipe el Hermoso ganó prestigio de poderoso, en especial porque logró imponer los nuevos pontífices católicos: Benedicto XI en 1303 y Clemente V en 1305, una personalidad maleable que estaba bajo su poder, y a quien le ordenó la supresión de la Orden del Temple.

Con el dominico Nicola Boccasini (Benedicto IX), Felipe IV consiguió que se lo absolviera en lo personal del «atentado de Anagni» y la muerte de Bonifacio VIII pero el Papa no le concedió al monarca un juicio póstumo contra el pontífice muerto.

Y Benedicto XI murió con solo 8 meses de pontificado. Fue el momento de Bertrand de Got (Clemente V), quien levantó la excomunión de Guillermo de Nogaret, Sciarra Colonna y los habitantes de la ciudad que participaron en el atentado de Anagni; pero no condenó a Bonifacio VIII, tal como era la pretensión del rey. El caso fue cerrado definitivamente en 1312,​ pero para calmar los ánimos del rey de Francia, Clemente V sacrificó a los Templarios.

La hoguera

Felipe IV de Francia intentó que le condonaran la deuda. Los Templarios se rehusaron.

Los intentos del rey para suprimir a los Templarios comenzaron en Lyon, en 1305, con motivo de la coronación del arzobispo de Burdeos, Beltrán de Got (Clemente V).

El nuevo Papa no dio importancia al asunto financiero de Felipe IV, su benefactor. Su 1er. acto fue el nombramiento de 9 cardenales franceses cercanos al monarca francés. Luego, el pontífice estaba preocupado por el problema de Palestina, ocupada por los árabes, para cuya solución él necesitaba de los Templarios.

Los aspectos más importantes de su pontificado fueron todos parte de la agenda de Felipe IV: resolver el caso de Bonifacio VIII, la eliminación de la Orden del Temple y el traslado de la sede pontificia de Roma (Italia) a Aviñón (Francia).

Mediante espías, el rey comenzó a difamar información sobre los Templarios, acusándolos de paganos y pecadores. Estas difamaciones ll egaron al Papa quién mandó que se llevase a cabo una investigación para averiguar la verdad de tales rumores.

Entonces llegó a Francia Jacques Bernard de Molay, Gran Maestre de los Templarios, quien buscaba más gente que se sumara a sus tropas y comprar vituallas para su Ejército. Al enterarse de la situación, él pidió ver al Papa.

Clemente V accedió a la petición y así se lo comunicó al monarca francés por carta del 24/08/1307.

Felipe IV, aconsejado por Guillermo de Nogaret, decidió adelantarse.

El 13/10/1307, 2.000 templarios, incluyendo a Molay, fueron llevados a prisión, por orden del rey Felipe IV, acusándolos de blasfemos y de ofender la Santa Cruz.

Cuando el Papa se enteró de la detención y del proceso, reprendió al monarca y envió a 2 cardenales, Berenguer de Frédol y Esteban de Suisy, para reclamar las person as y bienes de los encausados.

Pero los purpurados le debían sus cargos al monarca francés, y consiguieron convencer a Clemente V de la buena fe real y enconar su ánimo contra los procesados.

Sin embargo se alzaron tantas voces de protesta que el pontífice, por la bula ‘Faciens misericordiam’, del 12/08/1308, mandó formar comisiones diocesanas presididas por el obispo, 2 canónigos y 2 parejas de dominicos y franciscanos, para escuchar a los Templarios que desearan defender su Orden.

Felipe IV comprobó que su conspiración comenzaba a trastabillar. Entonces ordenó a Clemente V convocar al Concilio de Vienne, en la catedral de San Mauricio, en la localidad francesa Vienne, a orilas del río Ródano, entre el 16/10/1311 y el 06/05/1312.

A la asamblea no fueron convocados todos los obispos, tal como era la costumbre, sino quienes fueron aprobados por el rey de Francia: 230 obispos y 23 representantes de órdenes religio sas y legados del rey. La mayoría de los presentes eran franceses. A pesar de ello el Concilio es considerado por la Iglesia Católica Apostólica Romana como ecuménico.

Las largas discusiones sobre los templarios llevaron todo el invierno de 1311-1312 sin dar sentencia alguna.Antes, Felipe IV mandó a la hoguera a 54 templarios, una demostración de poder ante el Concilio.

Los teólogos del concilio eran casi todos franciscanos y dominicos, y ambas órdenes se distinguían por su animosidad y envidia contra los acusados.

Nadie se ponía de acuerdo para escoger a los defensores de los Templarios y Jacobo de Molay renunció a toda defensa porque era analfabeto. Pero igual iba todo para largo. Entonces, presionado por Felipe IV, Clemente resolvió un acto administrativo del 22/03/1312, y suprimió la Orden mediante la bula ‘Vox in excelso’, sin condenarla.​

El 03/04/1312, Clemente V anunció la transferencia de todos los bienes de la Orden del Temple a la Orden de los Caballeros de San Juan u Hospitalarios, a través de las bulas ‘Ad providam’ y ‘Considerantes’.

Felipe el Hermoso no sólo no devolvió el dinero que debía al Temple, alegando que estaba prohibido pagar deudas a los herejes, sino que se presentó cínicamente como acreedor de grandes sumas, por lo que la Orden de San Juan tuvo que entregarle 200.000 libras tornesas. Pero no se quedó con todos los bienes, tal como era su ambición.

El 18/03/1314, Felipe IV decidió definir su entuerto con los Templarios. Jaques de Molay (maestre) Godofredo de Charney (maestre en Normandía), Hugo de Peraud (visitador de Francia) y Godofredo de Goneville (maestre de Aquitania) fueron colocados encima de un patíbulo alzado delante de Notre-Dame, donde se les comunicó la pena de cadena perpetua.

Cuando estaba dando comienzo la ceremonia, y mientras los delegados pontificios leían los crímenes y herejías, los máximos representantes de la Orden, que ya llevaban 7 años de torturas en prisión, se adelantaron y hablaron a la gente de París.

Jacques de Molay exclamó: «¡Nos consideramos culpables, pero no de los delitos que se nos imputan, sino de nuestra cobardía al haber cometido la infamia de traicionar al Temple por salvar nuestras miserables vidas!»

Todo París no hablaba de otra cosa. Incluso se temió el estallido de un motín.

Por ese motivo, aquel mismo día, con la puesta de sol, se alzó una enorme pira en un islote del Sena, denominado Isla de los Judíos.

A Jacques Bernard de Molay le fue leída su condena: «Has sido juzgado y hallado culpable por tu propia confesión de los delitos de herejía, idolatría, simonía y blasfemia contra la Santa Cruz. Por ello has sido condenado a morir en la hoguera.»

Él respondió: «Fui condenado a cadena perpetua, no a muerte. Y me retracté de esa confesión, obtenida bajo tortura».

Molay había sido tan torpe de no aceptar la condena con la sumisión esperada.

«Rechazaste la misericordia del rey Felipe proclamándote inocente cuando ya habías sido hallado culpable. Añadiste el pecado de la soberbia a los que ya poseías», le respondieron.

«Felipe y Clemente me matarán, pero no me impedirán morir con la cruz en el lugar donde siempre ha estado», dijo el reo.

«Sea pues. Morid con la cruz, y que la Orden muera con vos», dijo el preboste.

El verdugo arrastró a Molay hasta el poste, alrededor del cual se habían dispuesto haces de madera seca exc epto donde debían ir los pies del prisionero.

El templario pidió: «Me gustaría morir mirando a Notre Dame.»

Los guardias cambiaron de sentido los haces de leña. Ataron al anciano al poste, y colocaron algo más de combustible sobre las piernas del condenado.

El verdugo llenó un cubo donde guardaba paja húmeda. El fuego arrancaba gran cantidad de humo de la paja, provocando que el reo se ahogase mucho antes de que el fuego le abrasase la carne. O sea que moría por asfixia antes que incinerado. Así se lograba aliviar el dolor.

«El rey ha dicho que no«, le prohibió el delegado del rey. Felipe IV quería que fuese con el máximo dolor posible.

Molay lanzó su frase famosa: en 1 año esperaba ver ante el juicio de Dios a Felipe y a Clemente.

Y antes de un año, fallecieron Felipe IV y Clemente V.

El Papa murió 37 días más tarde, víctima de «un dolor insufrible que le mordía el vientre».

El rey francés murió en noviembre, al chocar con la rama de un árbol mientras montaba a caballo por el bosque de Fontainebleau. El golpe fue tan grave que el monarca pereció de una parálisis general.

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